FUNDACIÓN EL MANÁ: LA ESPERANZA DEL MAÑANA
Por: Juan Daniel Escobar Aristizábal, estudiante de Comunicación Social, Universidad Católica de Oriente.
Sobre la carrera veintidós, entre callejones populares, tiendas de esquina y transeúntes que no miran atrás se encuentra, apeada por un simple tejado naranja y una entrada de baldosines, la fundación El Maná, una ONG dedicada al restablecimiento de los derechos de los niños en el municipio de La Ceja.
Tras el arco de su puerta cristalina, El Maná aguarda con más de treinta años de historia para brindarle a los infantes más necesitados un refugio para su pleno desarrollo académico, físico y mental, ofreciéndole a los más pequeños un remanso de paz en el que pueden comer, jugar y hacer nuevos amigos.
Regida por una de sus egresadas, Fundación El Maná ha creado un sistema que logra balancear la política y las relaciones burocráticas necesarias dentro de una organización con vínculos esporádicos con la Administración Municipal con la pedagogía y la necesidad humanitaria merecida por una entidad sin ánimo de lucro como lo es su fundación. Su director de comunicaciones, Jhonatan Toro, indicaba que el enfoque de la Fundación en cuanto a relacionamiento y rendición de cuentas está dirigido a tres públicos fundamentales: las organizaciones donantes, los padrinos y los padres o acudientes de los niños que se agregan a la organización como miembros fundamentales.
También, y como emblema de la Fundación, fue creado el club de fútbol infantil Maná Fútbol Club, el cual es, en muchas ocasiones, el rostro visible de la organización. Y con motivos, pues es por medio del deporte que El Maná busca enseñarle a la población civil que se puede depositar tiempo, dinero, esfuerzo, trabajo y dedicación en un grupo de jóvenes que, a pesar de partir de entornos hostiles y desoladores, logran unirse en motivos comunes y aprenden el valor de la cooperación, la práctica y la confianza en el otro.
Reuniendo manarios—la moneda que usan los niños dentro de la institución—durante todo el año, los jóvenes afiliados a la Fundación son recompensados por conductas adecuadas y buen comportamiento; esta acción, además de enseñarles el valor de el dinero, les garantiza un entorno pedagógico que se sostiene en la recompensa merecida por lo realizado en lugar de un entorno educativo que, en otrora, hubiese estado sostenido por dinámicas de castigo y humillación, reiterando así las conductas de las que se busca proteger a los niños.
Estas y muchas otras acciones, como el mercado de segundas, la huerta comunitaria, los grupos musicales y los seminarios de informática, son demostraciones de una labor pluralista y dedicada en la que se ha embarcado El Maná durante más de dos décadas. Tras cruzar esa puerta de entrada, es difícil de imaginar que un espacio que ostenta tan poco pudiese ser, a todas luces, un lugar inmenso. Inmenso en extensión, inmenso en cultura, inmenso en cariño, inmenso en paciencia y filantropía. El Maná se erige sin mucho ruido como la gran demostración de la bondad de cierta parte de la población cejeña, y a pesar de los estragos de la pandemia que, pudieron dificultar muchas de sus funciones y alianzas en el extranjero, la voluntad de sus miembros, la resiliencia de sus niños y la esperanza en que trabajar por ellos puede significar un cambio radical y duradero para la sociedad son la gran evidencia de que el trabajo plenamente social y la pedagogía sincera y afable han de ser la clave para el desarrollo de un futuro cada vez más alentador.