Fundación El Maná: Una lección de valentía
Por: Manuela Villegas Lozada, estudiante de Comunicación Social, Universidad Católica de Oriente.
Muchas veces me pregunté si algún día un lugar, un sitio, me haría cuestionar sobre la vida, sobre lo que hago, lo que doy, lo que atravieso y de qué manera. Debo confesar que, inicialmente no entendía cuál era el objetivo de estar allí, más allá de cumplir con mi labor de estudiante, ¿que debía hacer en aquel lugar? ¿cuál era mi propósito? Y buscando una respuesta, encontré miles de ellas.
Detrás de una puerta de metal, se hallan paredes cargadas de color, motivación y esperanza. Historias de vida que siembran amor y fe en la humanidad, pero sobre todo en el corazón de quien la cruza, la entiende y la lee, digo lee, porque hasta los lugares hay que interpretarlos, acogerlos, apropiarse de su pasado y su presente.
Escuchar al profesor hablar sobre la historia de la fundación y su función en la sociedad y en la vida de los niños y adolescentes que se benefician de ella fue el inicio de un montón de florecitas que fueron creciendo en mi corazón, esa parte sensible que el ser humano tiene y no muestra, ni dice, pero que escribe y sale completa y a la medida. Una de esas razones fue el lugar, sus instalaciones, la cancha, los salones, los pupitres y aquella fila de cepillos de dientes decorando la pared que sostenía los lava manos, que me hicieron recordar aquellos tiempos de antaño en el colegio, donde todo me deslumbraba y solo pensaba en divertirme, disfrutar del pasto mojado, la lonchera y los juegos con mis amigos a la hora del recreo, justo ahí, me apropie de la historia. BIEN
Describiría tan ameno entrar a los diferentes espacios de aprendizaje, la cabina de radio que en algún momento se convertirá en su mayor aliado para expresarse, el docente de informática enseñando a esos niños cosas tan simples para nosotros, pero tan nuevas e interesantes para ellos, ver la inocencia de sus seres en cada dibujo, cada manualidad y palabra escrita que con esmero realizaban, sacando provecho de aquellos dones que obtenían con el tiempo y que los encaminaban poco a poco a perseguir sus sueños e ideales recordando siempre su paso por El Maná.
Era para mi tan importante saber que la fundación, dentro de sus posibilidades les ofrecía a los chichos un espacio como el vivero, que me llevó a imaginar cómo desde niños aprendían a amar a su tierra, a los animales y a todo lo que hacía parte de la naturaleza, desde darle vida a un ser vivo, sembrar una planta y verla crecer hasta el almacén “Como Nuevo Maná”, donde aprenden sobre el verdadero valor de las cosas y sobre las segundas oportunidades.
Hablando sobre las cosas que amé de esta fundación, recuerdo al profesor Jonathan decir “La mayoría de las personas que trabajan en la fundación son egresados de ella, como las chicas de la cocina, la chica que maneja el almacén y muchos de los educadores que hacen parte de la fundación” y todo eso me hizo llegar a la conclusión de mi paso por el Maná.
Inicialmente, más allá de ver cómo la fundación me llevaba a viajar en el tiempo e inconscientemente recordar a mi niña interior, también me llevó a la reflexión conmigo misma, lo que había sido, lo que había tenido que pasar para ser quien soy y estar allí en ese momento, no como una simple estudiante sino como la comunicadora social que estaba construyendo peldaño a peldaño, como el ser humano repleto de emociones que soy y que algún día también contaría mi historia de superación, porque todos hemos tenido batallas que superar y que inspiran a los demás como las personas que habían cruzado las puertas de El Maná y que al día de hoy eran testimonio y ejemplo para muchos niños que se encontraban accediendo a sus ayudas.
Lo que nos contó el profesor Jonathan me llevó a entender que todos nacemos con una misión y con un propósito, que solo nosotros somos responsables de nuestro presente y futuro, independientemente de las condiciones en las que se viva.
Cada uno de esos niños ha tenido una historia difícil detrás de sus sonrisas, de sus ganas de estudiar, de aprender y salir adelante, algunos pudieron ser testimonio, otros no tuvieron la oportunidad, pero pese a todo lo que acarrean sus casos, observé en ellos la curiosidad, la inocencia y aquella sonrisa esperanzadora que me llevó a decidir ser una mujer más valiente en cada escenario de mi vida, como mujer, hija, hermana y profesional, a darle mi mejor sonrisa a la amargura y a tomar un respiro para pensar en todos esos niños cada vez que me sienta molesta y ajena a lo que pasa a mi alrededor, porque soy muy afortunada sin importar lo difícil que pueda ser a veces el camino.
Al atravesar la salida de la fundación El Maná, me percaté de lo recargada que me fui, con mis pilas bien puestas, con ganas de ser una excelente comunicadora social, de aportar mi granito de arena a cualquier causa de incluya a la comunidad y sobre todo a ser una mejor persona cada día.
Cuando llegué, mi única expectativa era conocer el lugar y cumplir con mi trabajo, pero me fui con el alma llena y con una gran lección “Ser más valiente siempre”.